En un ejercicio de categorización, podríamos generalmente distinguir a los restaurantes locales en dos clases —hay más tipos, como es natural—: los que se ubican en el centro de las ciudades y aquellos que escapan de las arterias concurridas. El que nos ocupa pertenece a este segundo género, al de los buenos restaurantes de barrio.
Con una animada Avenida Miraflores sirviendo de escenario, Lobo Blanco se anuncia como una colorida propuesta, enfundada en sillones de colores, alrededor de las brasas.
En la vastísima constelación culinaria los barrios parecen empequeñecerse ante la proliferación de restaurantes con florituras en el casco histórico. Y en las antípodas, Lobo Blanco se atreve con gallardía y es una de las últimas incorporaciones al barrio de la Macarena. Los hermanos Bilal y Othmane Chakhsi han impulsado este proyecto que tiene a Adrián Sotillo, con experiencia en El Corral de Indianu o en el Cenador de Amós, al frente de la cocina.
Qué se come en Lobo Blanco
Los chuletones en la vitrina presencian un desfile de elaboraciones que arranca con su vieira gallega sobre holandesa de cítricos y ralladura de naranja.
Le sigue un dueto de frituras: buñuelitos de bacalao en tempura con alioli de membrillo y queso parmesano y croquetas de cecina. Y es que una buena croqueta, bocados de moda imperecedera que en Sevilla no terminan de cuajar, se agradece. En las de Lobo Blanco leche, mantequilla y tropezones se integran en una equilibrada cremosidad.
La carta concede una amplísima variedad de platos, con opciones como las ostras Gillardeau nº 2, la burrata por las brasas con tomate seco y una nutrida oferta de carnes, mariscos y pescados. Nuestra selección se reanudó con la pata de pulpo a la brasa, papas arrugás, espinacas y crema de ajo blanco.
En lo que respecta a las carnes, trabajan con el proveedor vasco Txogitxu y dispensan cortes de distinta procedencia, maduración y raza. Las piezas se complementan con una generosa guarnición de patatas fritas.
Epígrafe dulce y otras propuestas
Al holgado salón que recibe al comensal cabe sumar otras dos bondades espaciales: una terraza y un porche que invitan a prolongar las comidas entre copas.
Dicho de otro modo: lo mismo da que te agencies una comida entre refinados manteles o bajo un sol de justicia, en Lobo Blanco no tendrás que escurrirte la multitud de turistas.
En la carta los postres se pavonean con soltura. El comensal podrá escoger, a la sazón, entre su tarta de queso, una versión del lemon pie o un suflé de avellana con helado de cacao y crumble de almendras, entre otros.
La Macarena está en estado de gracia y Lobo Blanco se propone engrosar la lista de restaurantes imprescindibles que conforman su callejero. Calidad sin altas vuelos en uno de los barrios con mayor solera.