Las mujeres ilustres de Sevilla han sido santas, artistas, reinas, nobles, heroínas o trabajadoras, sevillanas históricas que han resistido a los esfuerzos del olvido.
Pese a las trabas políticas, los intentos de borrarlas de los anales de la historia o la privación del acceso femenino al estudio y al éxito (destinado y designado para y por los hombres), la memoria de estas históricas mujeres sevillanas ha dejado huella. Para recordarlas, recuperar su legado y poner en valor estas figuras, a menudos soslayadas al olvido.
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Santa Justa y Santa Rufina
Justa y Rufina eran dos hermanas que vivían en la Híspalis de finales del siglo III en el actual emplazamiento del barrio de Triana. Se dedicaban a la alfarería y su generosidad era tal que los vecinos necesitados recurrían a ellas para su socorro.
Hijas de cristianos clandestinos, fueron perseguidas, condenadas a ir a pie y descalzas hasta Sierra Morena, padeciendo martirios y vejaciones, como torturarlas con el potro, con garfios de hierro o privándolas de comida y bebida. A Justa la lanzaron a un pozo y a Rufina la decapitaron.
A menudo se las representa con un león, pues Diogeniano, el prefecto de la ciudad, llevó a Rufina ante uno de ellos para que la devorase, aunque este únicamente lamió sus vestiduras.
Itimad
Fue reina musulmana en el siglo XI, la época taifa sevillana y uno de sus periodos históricos de mayor esplendor. Al-Mutamid, el rey poeta, creó una corte llena de artistas, músicos y poetas en el Alcazar de Sevilla. Se enamoró de una esclava granadina: Itimad.
Pese al amor que se profesaban, Itimad extrañaba su tierra y la nieve que cubría las montañas de Sierra Nevada en invierno. Fue por ello que el rey mandó plantar almendros en el jardín del Alcázar de forma que, una vez florecidos, simulasen la nieve. Cuando los almorávides se hicieron con Sevilla, Al-Mutamid e Itimad tuvieron que huir a Marrakech.
Sin duda, especialmente por el vetusto contexto en que se enmarca, Itimad es una de las sevillanas históricas de mayor relevancia.
María Coronel
María Coronel vivió en el siglo XIV y fue noble, luego religiosa y desde luego una de las sevillanas históricas más conocidas. Pedro I de Castilla trató de conquistarla pero, en este caso, ella se negó a satisfacer sus deseos. El rey no cesó de pretenderla, acosarla y la persiguió por toda la ciudad. Doña María Coronel en plena huida se refugió en el convento de Santa Clara.
Allí, cuando el rey estaba a punto de atraparla, entró en la cocina y se derramó un caldero de aceite hirviendo en la cara, desfigurándose totalmente.
El rey perdió el interés y unos dicen que, arrepentido, le ofreció dinero y terrenos para fundar un convento; otros, que Doña María tuvo que esperar hasta la llegada de otro rey para recuperar sus bienes y donde una vez estuvo el palacio de su familia fundó un convento de clarisas. Este sería el de Santa Inés, que se encuentra en la calle sevillana que lleva su nombre.
Sorprendentemente, cuando Doña María Coronel murió su cuerpo quedó incorrupto. 700 años más tarde se conserva y se puede visitar en su convento cada 2 de diciembre.
María Luisa
Inaugurado en 1914, el Parque de María Luisa es el más famoso de la ciudad, aunque en sus comienzos formaba parte de los jardines privados del Palacio de San Telmo. El hecho de que se convirtieran en jardines públicos se lo debemos a una infanta que los donó en 1893 y que da nombre al parque. Hablamos de María Luisa Fernanda de Borbón, la esposa del duque de Montpensier, Antonio de Orleans, hijo del rey Luis Felipe de Francia. Irónicamente, la infanta María Luisa fue hija, hermana y madre de reinas, pero ella jamás llegó a gobernar.
Los duques de Montpensier tuvieron que abandonar Francia al albor de la Revolución de 1848 y adquirieron, gracias al patrimonio de María Luisa, el Palacio de San Telmo donde se establecieron en 1850. Los duques encargaron al jardinero francés Andrés Lecolant que transformase las fincas en parques con caminos señoriales, pabellones, pajareras, templetes, etc. El diseño fascinó a todos los invitados de los duques.
Lo más cerca que estuvieron los duques de alcanzar el poder sucedió cuando su hija María de las Mercedes se casó con Alfonso XII, quien había logrado recuperar el trono en 1874. Sin embargo, esta unión se extendió por poco tiempo, ya que María de las Mercedes murió meses después del enlace.
Recuperando a María Luisa. Siendo viuda, en 1893 cedió parte de los jardines de San Telmo a Sevilla y falleció en el mismo palacio en 1897. En 1914 los jardines se inauguraron bajo el nombre que siguen conservando a día de hoy. En cuanto a los duques, descansan en el Panteón de Infantes del Monasterio de San Lorenzo del Escorial junto a varios de sus hijos.
Catalina de Ribera
Catalina de Ribera fue una noble andaluza que vivió en pleno Renacimiento a lo largo de la segunda mitad del siglo XV. Perteneció a la acomodada casa de Ribera e hizo uso de su fortuna para mejorar la ciudad en la que vivía.
Se considera fundadora de la Casa de Pilatos, reformó el Palacio de Dueñas y el Hospital de las Cinco Llagas, uno de los hospitales más grandes de la Europa de la época.
Este fue, además, el más moderno del momento y acogió a los hombres y mujeres más desfavorecidos de la sociedad. Hoy es sede del Parlamento de Andalucía.
En el azulejo del centro de la imagen hay un retrato de la noble andaluza. Realizado en 1921 por Manuel de la Cuesta y Ramos. Debajo, la siguiente inscripción: “A la egregia fundadora del Hospital de las Cinco Llagas Doña Catalina de Ribera y Mendoza madre amantísima de los pobres a quienes dio su corazón y sus riquezas”.
Un vestigio de lo que fue esta insigne mujer andaluza, una de las sevillanas históricas de mayor peso en la ciudad.
Leonor Dávalos y Urraca Osorio
Esta trágica leyenda arranca con unas revueltas que tuvieron lugar en el año 1367 protagonizadas por Juan Alonso Pérez de Guzmán (hijo del Guzmán el Bueno), quien apoyó a Enrique de Trastámara frente al rey Pedro I el Cruel.
En sendos motines fue apresada Doña Urraca Ossorio de Lara, esposa de Guzmán, por ser principal instigadora contra la figura del rey. Posteriormente fue condenada a muerte en la hoguera. La Laguna de Ferias o de la Cañavería (actual Alameda de Hércules) fue el emplazamiento donde se llevó a término la ejecución.
Cuando el aire caliente de la fogata hizo que la falda de Doña Urraca se levantara y mostrara su piel desnuda el público empezó a mofarse al ver a la condenada despojada de cualquier prenda. Entre el gentío estaba Leonor Dávalos.
Ciertas fuentes apuntan que se trataba de una joven bajo la protección de la familia Guzmán; otras la sitúan como su criada. Sea como fuere, y siento testigo de la ejecución, se acercó a la hoguera para cubrir sus genitales y que Doña Urraca pereciese con dignidad.
Las llamas prendieron sus cuerpos y ambas murieron juntas. Una calle próxima a la Alameda rinde homenaje a Leonor Dávalos y las cenizas de estas dos mujeres permanecen juntas en la iglesia gótica del Monasterio de San Isidoro del Campo.
Doña Guiomar
Esta mujer noble del siglo XV, descendiente de reyes, destacó por ser un alma valiente que se hizo valer por sí misma, sin necesidad de ningún hombre. La mayor parte de su vida (y de su fortuna) la dedicó a ayudar a los más desfavorecidos.
Además, también aportó los fondos necesarios para la creación de obras civiles, como la restauración de la cárcel, con la que consiguió favorecer las condiciones de vida de los presos. Sus restos descansan junto a sus padres en la Catedral de Sevilla.
Luisa Roldán
Más conocida como La Roldana. Luisa Roldán era hija del gran escultor Pedro Roldán y aprendió el oficio en el taller de este. Allí conoció a Luis Antonio de los Arcos, de quien se enamoró perdidamente, pese a que su padre no aprobaba una relación con un artista mediocre.
Luisa Roldán hizo caso omiso a su padre y se casó con él. En lo relativo a su trabajo, continuó recibiendo encargos debido a su gran valía como artista hasta que Sevilla se le quedó pequeña. Decidió comenzar una nueva vida junto a su marido en Cádiz, donde trabajó para el cabildo municipal y el catedralicio.
Más tarde La Roldana, primera escultora española registrada, acabaría trabajando para la Corte Española y convirtiéndose en una de las sevillanas históricas más ilustres.
Cecilia Böhl de Faber
Cecilia Böhl de Faber era más conocida con el nombre de Fernán Caballero. Como escritora dedicó su vida a transmitir sus ideas feministas y ecologistas; luchó por la liberación y defendió el progreso de la mujer.
Los padres de Cecilia influenciaron en la educación que tuvo, pues creció en un entorno familiar donde se valoraba la intelectualidad.
Sin embargo, debido al estigma de la época acerca de las mujeres que se dedicaban a las actividades intelectuales, tuvo que adoptar y asumir el seudónimo de Fernán Caballero para poder escribir sin que le afectaran las barreras sociales. Algunas de sus obras son: El alcázar de Sevilla, Cuentos, adivinanzas y refranes populares o La estrella de Vandalia.
Ana Caro Mallén
El Siglo de Oro siempre nos remite a Quevedo, Lope de Vega o Calderón de la Barca, pero pasa de puntillas por otros nombres como el de Ana Caro Mallén de Soto, también conocida como «la décima musa andaluza». Su carrera oficial arranca en 1628, cuando participó con la Relación poética de las fiestas celebradas en el convento de San Francisco en Sevilla en las fiestas que la ciudad celebrara por los mártires del Japón.
Se sabe que mantenía una estrecha relación con María de Zayas, la otra gran escritora del Siglo de Oro junto a sor Juana Inés de la Cruz, y que incluso convivió con ella en Madrid. Al contrario que otras escritora, Ana recibió el elogio en vida por parte de personalidades como Juan de Matos Fragos o Luis Vélez de Guevara, quien la menciona en El diablo cojuelo con el apelativo ‘La décima musa sevillana’.
Contó con el favor del Conde Duque de Olivares y hay documentos que demuestran que llegó a cobrar por su trabajo, lo cual la convierte en una de las primeras escritoras profesionales.
Este artículo tan solo recoge a diez históricas mujeres sevillanas que consiguieron hacerse un hueco en un mundo dominado por los hombres. Una selección escueta y arbitraria pero necesaria. Bien para hacer un ejercicio de memoria, bien para descubrir qué nos hemos dejado fuera.