Salvaje es un oasis urbano en la Macarena, una oda al pescado, a la carne y al monte: al buen producto.
El nombre de este restaurante situado en la calle Resolana ofrece una aproximación de lo que encontraremos visual y gastronómicamente hablando: una explosión de sabores y exotismo.
No nos extraña que este equipo formado por los hermanos Cabrera Fernández (Ahitamy, Elías y Antonio) provengan de una familia de floristas, pues todo el enorme salón de Salvaje está condicionado por el vergel que envuelve este lugar diáfano. Incluso después de un agosto caluroso, las plantas todavía resisten a las temperaturas para seguir dando vida al restaurante.
El espacio es un privilegio en sí mismo, una antigua fundición de hierro perteneciente a la torre de los perdigones, transformada en este oasis urbano, gastronómico y frondoso que es Salvaje. La estructura (chimeneón incluido) convive con el buque insignia del restaurante: el color de los platos que aquí elaboran y el verde de las plantas y macetas. Las encontrarás en todas partes, en las letras que indican dónde estamos, sobre las estanterías del lugar y también (por qué no) en los platos. El local, situado en la transitada calle Resolana, goza de un aire informal y cercano pero sin olvidar el sabor.
Respecto a la comida, poco hay que decir con palabras, es el estómago quien se encarga de escribir. El surtido que degustamos fue de vicio: conos de tartar de atún, croquetas (espectaculares por cierto) de cecina, steak tartar sobre pan bao, tarantelo de atún con pimientos del padrón, magret de pato a la naranja y un postre, como poco, fotogénico.
La carta de Salvaje encandila a todos los públicos; en ella habitan croquetas, buñuelos de bacalao o sándwich de pan bao con pollo crujiente pero también alternativas que fusionan la tradición con las últimas tendencias gastronómicas. Buena prueba de ello son sus papas aliñás con tartar de atún, los canelones de ropavieja o el romanesco asado al carbón con salsa carbonara.
La propuesta de Salvaje es desenfadada, divertida y para todos los paladares, en una buenísima ubicación y con efecto sorpresa en buena parte de sus elaboraciones.
Importantísimo dejar un hueco para los postres, un perfecto punto y final a la velada, con trampantojos y fantasía estética, faltaría más. En este caso, nos dejamos sorprender por las setas de merengue sobre base de pistacho y yogur. Un dulce de cuento de hadas.
Ahora, y ante la necesidad de no estarse quietos, abren su nuevo restaurante en el Hotel Soho Boutique Catedral, que se suma a Salvaje y Sal Gorda.