En la nómina de vías que conforman el callejero sevillano, las hay con los nombres más cortos, los trayectos más largos o las historias más inverosímiles. La relativa a la calle Sierpes de Sevilla atañe a esta última categoría, pues el origen de su nombre encierra uno de los relatos más macabros de la ciudad.
La calle Sierpes conecta la Campana con la plaza de San Francisco y la completan 385 metros de historia y también de lujo, una de las vías comerciales más caras de España.
Los establecimientos históricos todavía ilustran esta emblemática calle en la que no solo el turista se detiene. En paralelo (y todavía más comercial), Tetuán se conoce como una de las más transitadas del país.
El primer nombre de la calle Sierpes
En un primer momento, Sierpes tuvo por nombre Espaderos, por la cantidad de locales que se dedicaban a la venta de espadas. Desde el siglo XVI, las referencias de escritores de gran talla han convertido la calle Sierpes en una de las más insignes de la ciudad.
En la comedia El rufián dichoso, Cervantes sitúa aquí la tienda de naipes de un francés jorobado, Pierres Papin. Sin embargo, la de Sierpes llegó a conocerse siglos atrás por una leyenda negra.
Ocurría a finales del siglo XV. De pronto, comenzaron a desaparecer los niños de la calle Sierpes, provocando toda clase de especulaciones. Don Alfonso de Cárdenas, que regentaba la ciudad por entonces, recibió un aviso anónimo de alguien que prometía revelar la identidad del culpable a cambio de su libertad.
Cuando Don Alfonso prometió públicamente la libertad del individuo, este reveló su nombre: Melchor de Quintana y Argüeso, bachiller en Letras fugitivo que había participado en un acto de rebeldía contra el Rey. El reo vivía en las galería subterráneas del subsuelo de la ciudad y aseguraba haber encontrado al culpable de la desaparición de los niños.
Melchor llevó a Don Alfonso hasta el culpable y cuan grande fue su asombro cuando lo que encontró fue una serpiente del tamaño de un basilisco.
La serpiente fue expuesta en plena calle y toda la ciudad hablaba de la calle de la “sierpe”, lo que obligó a cambiar el nombre de Espaderos por el que hoy todos conocemos.