A Rodrigo Díaz de Vivar se le conoce popularmente como el Cid Campeador aunque no son tantos quienes atesoran el origen de este apodo en la ciudad de Sevilla.
Ocurría durante el reinado de Almotamid en Sevilla cuando a Díaz de Vivar lo enviaron junto a cien lanceros para recoger el tributo (las denominadas parias) que el soberano anualmente pagaba a Castilla. Estos impuestos se entregaban a cambio de proteger las fronteras sevillanas. Así, Rodrigo Díaz se hospedó en el Palacio de la Barqueta, en el actual Monasterio de San Clemente.
Todo andaba bien hasta que el conde de Barcelona ordenó asaltar territorios, junto a un ejército musulmán de los reinos de Granada y Murcia y caballeros cristianos de Navarra y Aragón. Estos penetraron en el territorio provocando tales destrozos que Almotamid se vio obligado a reclamar la defensa por parte de las tropas cristianas, con Rodrigo a la cabeza.
Las barbas del conde de Barcelona
Este partió con su hueste al encuentro de los asaltantes, que tuvo lugar en las afueras de Cabra. A pesar de que frente a ellos había mil aragoneses y cinco mil musulmanes, Díaz de Vivar solicitó que las tropas invasoras se retiraran. Por supuesto, todos se jactaron del caballero castellano. «Decidle al de Vivar que espere a que le crezcan las barbas antes de jugar a la guerra», sentenció el conde de Barcelona. Díaz de Vivar replicó «juro que antes de que me crezcan las barbas he de arrancar las de ese conde de Barcelona».
Contra todo pronóstico, el ejército de Rodrigo, utilizando la «tornada castellana», peleó con habilidad, valor y audacia y derrotó al enemigo con creces. Los condes de Barcelona, Aragón y Navarra quedaron prisioneros, no sin antes arrancar las barbas del conde barcelonés, que guardó en una bolsa que portaría en el cuello por muchos años. Por su parte, los musulmanes fueron entregados a la justicia de Almotamid.
Sidi Rodrigo
Rodrigo Díaz de Vivar regresó a Sevilla entrando por a Puerta de Córdoba con los prisioneros y el botín. En su periplo hacia el Real Alcázar, de Vivar fue elogiado y aclamado por los árabes y cristianos mozárabes al grito de «Sidi Rodrigo, Sidi Rodrigo» (Señor Rodrigo) y «Campi doctor, Campi doctor» (sabio en batallas campales), respectivamente.
De la unión de ambas locuciones nació el apodo del Cid Campeador, uno de los epítetos más conocidos de nuestra historia y que surgió en la ciudad de Sevilla.