Calatrava es como una caja de bombones: nunca sabes qué (chapuza) va a hacer.
Antes de comentar el pequeño desliz que tuvo Santiago Calatrava a la hora de diseñar el puente del Alamillo, queremos aclarar que muchas de sus obras nos encantan porque parecen sacadas de una película de ciencia ficción. No es casualidad que una de las últimas películas de Disney —Tomorrowland: El mundo del mañana— se rodase en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, pero el problema es que sus construcciones tienen un coste algo elevado y claro, a los contribuyentes no les gusta hacer malabares para llegar a fin de mes para que a posteriori se destinen millones y millones a una obra digna de un faraón.
Aunque Sevilla sea una ciudad de tradición e historia, también apuesta por la modernidad y una buena prueba de ello es la Torre Pelli o las propias Setas, que todavía siguen provocando más de un berrinche, lo cual es comprensible si tenemos en cuenta que este último proyecto tuvo un coste de 86 millones de euros.
Estabilidad a precio de oro
El puente del Alamillo fue un encargo que se le hizo a dedo al ingeniero y arquitecto valenciano, quien no se planteó en ningún momento la creación de «un puente más». Se inauguró para la Exposición Universal de Sevilla en el 92, pero nada tenía que ver con el proyecto inicial de Calatrava. En un principio, se iban a construir dos puentes iguales, mirando cada uno en una dirección opuesta. Sin embargo, el presupuesto era insuficiente para este gran proyecto y finalmente, solo se pudo erigir uno.
No obstante, el verdadero problema fue la estabilidad del puente, que se consiguió con una gran cantidad de hormigón bajo tierra y que provocó un considerable encarecimiento de la obra.
Aunque la obra fuese muy criticada en su día, con el tiempo ha llegado a recibir elogios por expertos como el profesor de Harvard, Spiro Pollalis, que afirma lo siguiente: «Sin dejar de reconocer las enormes virtudes de su diseño, su ejecución llevó la ingeniería y las técnicas constructivas hasta fronteras inalcanzables anteriormente».
Lo que no se puede negar a Calatrava es que imaginación no le falta y gracias a él tenemos un gran obra de ingeniería civil con forma de caballo.
Foto de la portada: Aleksandar Todorovic / Shutterstock.com