En sus orígenes Sevilla estaba rodeada por grandes murallas de las que todavía se conservan vestigios y que nos permiten conocer los límites y accesos de esta. Entre arcos y postigos, había más de una veintena de accesos, aunque hoy solo permanecen 3 de ellos: la Puerta de la Macarena, la Puerta de Córdoba y el Postigo del Aceite.
Este último se encuentra en la zona que en tiempos pretéritos comprendía la Puerta de Indias, junto al edificio de correos en el histórico barrio del Arenal. Se construyó en el año 1107 bajo el mandato del gobernante Ben Yusuf y su reforma estuvo a cargo del arquitecto Benvenuto Tortello en 1572-1573 cuando Francisco Zapata y Cisneros, I Conde de Barajas, era el alcalde de la ciudad.
Más tarde, ya en el siglo XVIII, se abrió en su costado derecho una capilla donde se instaló un retablo barroco con una imagen de una Inmaculada Concepción atribuida a Pedro Roldán.
Su nombre se debe a que por este acceso entraba el cargamento de aceite, pues en las inmediaciones se encontraba el almacén de los mismos y el mercado. No obstante, en el siglo XII tenía otra función de mayores dimensiones. Se le llamaba bad al-Qatay (puerta de Barcos), pues los almohades construyeron junto a este puerto las atarazanas, donde se construirían los navíos. Los postigos hacían las veces de puertas no principales de la ciudad y este acceso en concreto también se conocía como arco del Postigo.
Por su estrechez y su entorno arquitectónico, era uno de los lugares favoritos de los cofrades para contemplar a las Hermandades de la Semana Santa.