La medida del confinamiento ha sentado como un jarro de agua fría en nuestras vidas. No es que el coronavirus llegase de la noche a la mañana, ni mucho menos, pero si no nos salpica directamente parece que hablamos de algo exagerado o irreal. Así somos.
Este tipo de situaciones ponen a prueba a nuestro ser más profundo, “son situaciones de guerra para el cuerpo humano”. Así lo sentencia Markel Agirresarobe, un joven psicólogo y trabajador social que ve en el confinamiento “un duro golpe a nuestra cultura e historia personal”. Y es que es precisamente la cultura lo que nos diferencia, y por suerte o por desgracia, somos seres puramente sociales.
El confinamiento está reduciendo casi a la nada nuestras posibilidades de crear vínculos sociales, o por lo menos del modo en el que lo solíamos hacer antes de la cuarentena. La vida ha dado un giro de 180 grados y estamos adaptando la que era nuestra vida a la que es ahora nuestra realidad.
El fenómeno Houseparty, nuestro propio reflejo
El virus ha traido consigo una espiral de sucesos que nos reflejan una sociedad necesitada de seguir con un estilo de vida. Estamos ante “un estado totalmente antinatural para una sociedad acostumbrada a un ritmo de vida muy acelerado”.
Este choque frontal no es algo fácil de digerir, no se trata de un botón que puedas apagar y olvidarte. En este traslado es precisamente donde asoma la cabeza Houseparty, en la adaptación de una vida social y cercana a otra marcada por el aislamiento. En unas semanas ha pasado de ser una aplicación más, a liderar Google Play y la App Store en descargas. Tenemos unas claras necesidades sociales y afectivas que debemos cubrir, y si se cierra una puerta se abre otra, ¿no?
La vida sigue
En nuestro día a día pasábamos casi todo el día fuera de casa, rodeadxs de constantes estímulos y con una división de nuestro día muy marcada. Ahora la situación es totalmente diferente.
Para Markel esto no solo provoca un shock en nuestra rutina diaria, sino que “al ser parte de una cultura que fomenta las interacciones sociales desde que nacemos, el golpe es aún mayor”. Tenemos unas necesidades muy definidas que tienen que ser cubiertas, y “la tecnología nos está sirviendo para paliar, en parte, esas necesidades sociales y afectivas que tenemos. Es un modo de continuar con nuestra vida”.
De plaza y calle
La cultura es una de las raíces fundamentales del ser humano, y nuestra sociedad está marcada por una cultura basada en la cercanía, en el contacto. Somos, como define Markel, “de calle y plaza”.
Esta forma de vida, de ser, no puede ser cortada de la noche a la mañana, y ahí es donde acudimos a la tecnología, “nuestra única vía de conexión con el estilo de vida que conocemos”. Vivimos en una sociedad en la que la tecnología tiene un tremendo peso, por lo que usarlo para fines afectivos nos resulta natural. De repente las videollamadas se suceden como si se tratase de el sustento necesario para vivir, y tanto personas jóvenes acostumbradas a su uso, como personas más mayores que nunca las habían usado, son parte de este fenómeno mundial.
El miedo, pegado a nosotrxs
Las videollamadas ya no entienden de edad, perfil o conocimiento tecnológico. Son parte de una sociedad muy necesitada de cercanía y conexión, pero este no es el único motor que promueve su uso.
La realidad es qué vivimos una pandemia sin precedentes, donde afloran emociones nunca antes vividas. Para Markel el miedo es clave en la ecuación que explica por qué conectamos más que nunca, “las personas somos emociones, y el miedo es una de las emociones más fuertes. Ahora vivimos con ello más que nunca, tenemos miedo a que un ser querido se contagie, a perder a alguien o a contagiarnos nosotrxs”. En este momento de miedo generalizado y distanciamiento sentimos una necesidad acuciante de estar cerca de nuestros seres queridos, de ver sus caras y corroborar que todo está bien. ¿El método? La videollamada.
Positivismo entre tanta catástrofe
No todo van a ser malas noticias, démosle la vuelta a la moneda. “Vivimos algo nuevo para lo que no estábamos preparados psicológicamente” comenta Markel, y es que como en todo lo novedoso, aquí también hay aprendizaje.
Las personas de mayor edad están viviendo una formación tecnológica forzada por la realidad del momento. ¿Quién les diría que utilizarían la cámara frontal de un smartphone para hablar con sus hijxs o nietxs? Es el momento de aprender, de todo y de todxs, “estamos ante un ritmo de vida lento, de introspección. Es una oportunidad para conocernos realmente, mirarnos”.
Y que decir de la solidaridad y la creatividad, sin duda la nota positiva de una crisis que no olvidaremos. Balcones, altruismo y generosidad brotan en una sociedad que empuja con todas sus fuerzas para que la famosa curva gire de una vez.
El mundo post COVID-19, vuelta a la que era nuestra realidad
¿Nos abrazaremos cómo nunca antes o el distanciamiento y el miedo marcarán la vuelta al exterior? Una división de opiniones sobre un futuro que está cerca, pero que parece muy lejano.
La sombra del virus puede traer consecuencias a esa sociedad cercana, “de calle y plaza”, y en la que estar fuera de casa era lo normal. Otras culturas puede que no sufran tanto las consecuencias psicológicas del virus, “en lugares donde el ritmo de vida es más calmado y la cultura menos cercana, como en los países nórdicos, el impacto será menor. Tenemos que trabajar mentalmente para esto”.
Quién sabe lo que sucederá cuando los balcones vuelvan a ceder el protagonismo a las terrazas, las plazas y las calles, cuando los aplausos se conviertan en cervezas y risas. Quién sabe. Solo son suposiciones, pero lo que está claro es que la mejor decisión por ahora es quedarse en casa para que ese futuro llegue lo antes posible, #quedateencasa.
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