Si bien Casper recuerda a la ficción, Sevilla tiene su pequeño fantasma; murió a tierna edad dejando cosas importantes que hacer en vida. Nuestro Casper hispalense se llamaba Tomasín y su historia es tan dramática (o más) que la del personaje cinematográfico.
A sus 7 u 8 años, Tomasín había perdido a su madre y vivía en el número nueve de la calle Vergara con su padre, que trabajaba en la red ferroviaria de San Jerónimo y con quien compartía poco tiempo. Por este motivo, el padre decidió hablar con las hermanas del convento de Santa Isabel para que se hicieran cargo del cuidado durante sus prolongadas ausencias.
Las monjas le hicieron este favor al padre y se quedaron gustosamente a Tomasín, cuya mayor ilusión era salir de nazareno para acompañar al Cristo de los Gitanos, hermandad ubicada en el templo de San Marcos. Tenía tantas ganas de cumplir este sueño que las monjas le hicieron una túnica para que hiciera el recorrido.
Aquel era el mayor sueño de Tomasín. Contaba los días que quedaban para ver satisfecho su sueño, pero este deseo se truncó durante la Cuaresma, cuando el niño enfermó gravemente. A los pocos días falleció.
Una túnica, un antifaz y una vara
El padre, y también las monjas de Santa Isabel, quedaron devastadas por la pérdida. Estas últimas, de hecho, llevaron a cabo un acto de lo más significativo: amortajar a Tomasín con la túnica de nazareno que le habían cosido.
No obstante, fue el suceso que tuvo lugar durante el Viernes Santo lo que más impactó a la población de Sevilla. Cuando el grupo de nazarenos que acompañaba al Cristo de los Gitanos atravesó la plaza de Santa Isabel buscando la iglesia de San Marcos vieron a un niño salir del convento con una túnica, un antifaz y una vara. A todos les pareció una irresponsabilidad por parte de los padres que no controlaran a su hijo, por lo que le siguieron hasta que el niño dobló una esquina y cuando fueron a por él, tan solo vieron una vara tirada en el suelo.
Los nazarenos llevaron esta vara a las monjas a la mañana siguiente y estas casi se desmayan, puesto que la vara original había desaparecido el día anterior. De esta forma, descubrieron que la fe de Tomasín lo había traído de vuelta a la vida, cumpliendo así su sueño.
Desde entonces, se dice que si estás por el convento de Santa Isabel durante la madrugada del Viernes Santo y ves a un pequeño niño con una vara, podrías estar ante el espíritu del pequeño Tomasín, que vuelve del mundo de ultratumba para volver a acompañar a su Cristo de los Gitanos.