Y si los acompañamos de cerveza, más aun.
Que a los españoles nos gusta el humor aplicado a la comida es una realidad y una buena prueba de ello es la denominación que le damos a algunos alimentos. Buenos ejemplos son la picapolla, un tipo de uva blanca de la provincia de Barcelona; las tetas de monja, que son bollos con harina, leche, miel, ralladura de limón y anís; o el queso de Tetilla, denominado así por razones obvias.
Un vicio sano
¿Para qué vamos a negarlo? No encanta la food porn por la infinidad de chistes malos que nos permite hacer. Admitimos que son chistes más malos que los que cuenta tu tío en Nochevieja cuando lleva una copita de más, pero ponemos la mano en el fuego a que cada vez que pides chochitos en un bar de Sevilla se dibuja en tu cara una pícara sonrisa. Sí, tenemos un humor más básico que la filmografía de Paco Martínez Soria, pero ¿y lo bonito que es el léxico gastroporno?
Si te precias de ser sevillano/a, sabrás que cuando pedimos chochitos nos referimos a los altramuces. Eso sí, lo que no se conoce bien es el motivo por el que se les llama chochitos, aunque hay una teoría con bastante solidez: en América Latina usaban un nombre similar y en España lo adaptamos de esta forma tan particular. Aunque tampoco se descarta que se llamen así por la pequeña hendidura del altramuz.
¿Por qué nos gustan tanto los chochos y nos los comemos como si fueran pipas? Ni idea. Probablemente, no es tanto el sabor que tienen, sino el acto social que conllevan. De lo que no se tiene ninguna duda es de las maravillosas y saludables ventajas que tienen los chochitos: aportan una gran cantidad de fibra, son ricos en grasas insaturadas (las buenas), van bien para el funcionamiento intestinal, reducen colesterol, etc. Por estas razones y muchas otras son el aperitivo perfecto.
Así que la próxima vez que vayas a Casa Vizcaíno o El Tremendo, bares en los que nunca faltan estas legumbres, no dudes en acompañar siempre la cerveza de un buen plato de «chochitos».
Fuente de la imagen de portada: @daisyranoe