Sevilla es lo que es gracias a nombres que han hecho de ella una ciudad que rezuma pasión, cultura y, sobre todo, arte. No se puede hablar de nuestra arquitectura sin mencionar a Aníbal González; ni de literatura, obviando a Gustavo Adolfo Bécquer; y ni mucho menos de flamenco sin destacar al actor y director teatral, Salvador Távora.
Todos podemos tener una remota idea sobre la figura de Salvador Távora, pero pocos son los que conocen la trayectoria del artista que renovó el mundo del flamenco y hoy da nombre a una calle de Sevilla y a un teatro.
De aprendiz en una fábrica de tejidos a La Cuadra
Salvador nació el 3 de abril de 1934 en el barrio del Cerro del Águila, dos años antes de que estallase la Guerra Civil Española. Estudió en la escuela de su barrio y a lo largo de su juventud desempeñó diversos trabajos: aprendiz en un taller mecánico de una fábrica de tejidos, soldador eléctrico e incluso llegó a labrarse un nombre en el mundo de la tauromaquia como matador de novillos.
Son todas estas experiencias las que va a proyectar en su visión del flamenco y, de hecho, una de sus grandes preocupaciones durantes los primeros años dedicándose a las artes escénicas es que “la realidad de Andalucía andaba por un lado, y sus cantes por otro”.
Tras haberse impregnado de los cantes por soleá de El Papero o descubrir los fandangos de El Bizco Amate y descubrir lo alejado que el flamenco estaba de las verdaderas preocupaciones de la sociedad, emprende su carrera en solitario creando una nueva expresión andaluza. A partir de este momento, su flamenco no expresará temas banales, apelará a la conciencia social y hará todo lo posible por desligar a Andalucía de la estampa de jolgorio que cargaba como una lacra desde décadas atrás.
Para muchos fue un provocador y para otros, un talento desbordante. Entre estos últimos se encontraba el dueño del espacio La Cuadra, Paco Lira, quien le ofrece su espacio para que represente un espectáculo teatral: Quejío.
Quejío, un antes y un después en la historia del flamenco
A finales de los 60, el crítico teatral, José Monleón, contacta con Távora y de aquí surge la creación de Quejío, un espectáculo que iba en contra de la censura, pero superó la misma porque por aquel entonces este tipo de actuaciones se consideraban “superficiales”. Los censores dieron por hecho que era un mero entretenimiento de turistas y pasaron por alto un espectáculo rompedor que reflejaba la realidad del campesinado con un lenguaje singular.
Quejío fue un canto al pueblo andaluz, una revolución en la forma de entender el flamenco, una denuncia a un pueblo explotado, pero lo más importante es que Quejío derribó el muro existente hasta la fecha entre el público y el flamenco.
Con esta ópera prima, Távora cambió la concepción del flamenco y demostró que era algo más que entretenimiento. Y lo más admirable es que contó esta historia de opresión andaluza sin una sola palabra, apoyándose exclusivamente en el cante y el baile.
El montaje se presentó en Madrid y en la Sorbona de París, pero su visión de la Andalucía profunda causó tal impresión que se adelantó su estreno oficial en el Festival du Théatre des Nations de París para representarse en La Cuadra en 1972, una sala que apostaba por el contenido reivindicativo ligada al fenómeno del teatro independiente.
Una vida consagrada al flamenco
La labor de Salvador Távora como director de La Cuadra ha sido reconocida con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (1985), el Premio Andalucía de Teatro (1990), el nombramiento de Andaluz del Año (1993) o el Max de Honor (2017) por ser una figura clave en las artes escénicas.
Sin embargo, no hay mayor distinción para el creador sevillano que la de haber conseguido conectar con el público a través de un universo muy personal basado en el imaginario andaluz.
A sus 84 años, Salvador Távora se ha convertido en una leyenda cuya llama sigue alumbrando más que nunca y es que Quejío ha demostrado ser una obra que sobrevive al paso del tiempo y, por ello, vuelve a representarse en Sevilla en el mejor de los escenarios posibles: el Teatro Távora.
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