
Corría el frío invierno del año 1868 en la calle de Marqués de la Mina, número 4, donde vivía un trabajador obrero, Esteban Pérez. Una noche llamó a su puerta un extraño caballero, que le ofreció un encargo muy bien pagado. La mente de Esteban se nubló y sus ojos se convirtieron en escudos de plata (un año más tarde vendría la querida peseta), pero su Pepito Grillo interno le dijo “¡cuidado!” y refusó hacer el trabajo. El extraño no aceptó la negativa y le apuntó con un arma, ante lo que Esteban tuvo que decir “si hay que ir se va”.
El caballero le tapó los ojos y lo llevó en coche de caballos hasta el sótano de una casa, donde allí le quitaron la venda y Esteban pudo ver una mujer inconsciente. El caballero tan sólo quería levantar un tabique para emparedar a la mujer y Esteban, algo influenciado por el arma, accedió. Durante la ardua tarea escuchó una campanada de reloj, pero no sabía si eran las una o los cuartos. Más tarde cuando estaba de vuelta a casa, escuchó otra campanada, comprendiendo que eran la una y cuarto.
En menos de lo que canta un gallo, Esteban fue a la Policía para intentar salvar a la mujer emparedada. No sabía la dirección, pero hubo un factor clave que le hizo averiguar la calle: las campanadas. El único lugar en el que sonaban los cuartos a esa hora era la Parroquia de San Lorenzo. Gracias a ese dato Esteban pasó de ser un humilde obrero a convertirse en una apuesto héroe sevillano conocido como Rompemuros (este último dato no está confirmado).