Si algo tiene Sevilla es que tenemos una colección de personajes históricos que darían para un culebrón de mayores proporciones que el mismísimo Arrayán. Una de las protagonistas de esta telenovela, Amar en tiempos de la Peste, sería Susona, una mujer cuyos designios del corazón acabaron con toda su familia.
Antes de nada, tenemos que tener en cuenta que en Sevilla convivía tres religiones: la cristiana, la musulmana y la judía. La mayoría de judíos se dedicaban al comercio y al préstamo de dinero, lo que provocaba bastante antipatía entre los deudores. Eran odiados hasta tal punto que se llevó a cabo más de un asalto a la judería.
A finales del siglo XV, los judíos de Sevilla eran técnicamente judioconversos por presión de la Santa Inquisición, pero aún así, recibían todo tipo de amenazas y desprecio por parte de los cristianos. Hartos de esta situación decidieron montar una rebelión. El lugar en el que se reunieron para organizarla fue la casa de Diego Susón, cabecilla de la revuelta y padre de Susana Ben Susón (Susona), que era conocida como «la fermosa fembra».
Susana recibía múltiples halagos de sus pretendientes y eso hacía que ella quisiera escalar en la vida social, de manera que cuando tuvo oportunidad, empezó a verse en secreto con un noble caballero cristiano.
Una noche se enteró de la revuelta que estaban organizando los judíos encabezados por su padre. Sin dudarlo, fue a advertir a su amado para que pusiera a salvo a los suyos. ¿Qué consiguió con esto? Que su padre y una veintena de judíos más acabasen ahorcados.
Susana pagó un alto precio por irse de la lengua e incluso, hay dos leyendas totalmente diferentes que especulan sobre su destino:
La primera de ellas es que tras ser marginada (por cuestiones obvias) por los judíos, buscó ayuda en la Catedral, donde el arcipreste Reginaldo de Toledo la bautizó y le dio la absolución. Más tarde se retiraría a un convento para calmar su conciencia y años después volvería a su hogar para llevar una vida de cristiana ejemplar.
La otra leyenda nos cuenta que tuvo dos hijos con un obispo y que cuando este la abandonó, se fue con un comerciante. Tras morir dejó un testamento que decía lo siguiente: “Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”.
Su voluntad se respetó y durante un siglo, su cabeza permaneció sobre la puerta de su casa, dando nombre a la calle de la Muerte. Más tarde se sustituyó la cabeza por un azulejo con el nombre de la calle: Susona. A día de hoy, todavía podemos ver este azulejo en la judería que nos recuerda la historia de la hermosa y deslenguada Susana.
Fuente de la imagen de portada: Redescubriendo Sevilla