
Lo sabemos, no es la mejor cerveza del mundo.
Pero dejando a un lado el desdén incomprensible que muchos tienen a la Cruzcampo, no podemos obviar su historia.
Para conocer su origen tendríamos que remontarnos a 1904, año en el que los hermanos del Puerto de Santa María, Tomás y Roberto Osborne deciden ampliar su negocio de vino y expandirse su mercado con la cerveza. El motivo por el que eligen Sevilla para situar su fábrica es la buena calidad de sus aguas. El nombre se debe al pequeño templete de la Cruz del Campo que había junto a la fábrica. De hecho, el primer logo de la marca es este monumento. Más tarde, se sustituiría el templete por el Gambrinus, que tiene una leyenda todavía más curiosa.
Circulan varias versiones en torno a la historia del Gambrinus, aunque nosotros preferimos creernos la más épica:
Gambrinus era un joven aprendiz de vidriero que se enamoró de una chica llamada Flandrine, pero ella no correspondió su amor. Dolido, no dudó en dirigirse al bosque para quitarse la vida, pero una vez que llegó allí, se le apareció el Diablo y le propuso un pacto: cambiar su alma por un don para conquistar a su amada, y en caso de que no funcionara, le daría algo para poder olvidarla.
Gambrinus aceptó el trato y el Diablo le convirtió en un gran bailarín, pero tampoco así consiguió el corazón de Flandrine. Entonces, el Diablo cumplió la segunda parte del trato y le dio un mágico brebaje para olvidarla: cerveza.
Cruzcampo eligió este mito germánica para decorar la cerveza y darle más identidad, aunque es cierto que el mensaje «beber para olvidar» tampoco es precisamente positivo. Eso sí, no hay un cerebro que a día de hoy no relacione al Gambrinus con el oro líquido sevillano.
¿Quieres una Cruzcampo? Este es el bar donde más sirven esta cerveza.
Foto de la portada: Mayabuns / Shutterstock.com