Como aquel que dice, Halloween está a la vuelta de esquina y mientras pensamos cómo vamos a celebrar esta tradición importada, identificamos nuestros mayores miedos sevillanos.
Los fantasmas, los monstruos y en general, las presencias del más allá, son algunos de los peores temores del ser humano. Sin embargo, hay otra clase de miedos con los que vivimos a diario en Sevilla y nunca conseguiremos superar.
Los tiempos de espera de Tussam
Cuando llegas a la parada y ves que faltan 20 minutos para tu bus. ¡20 minutos! Es el mismo tiempo que inviertes en ver una capítulo de Friends.
El precio de algunas terrazas
Subes a una preciosa terraza con vistas a la Giralda, te pides un simple gin-tonic al que le echan pimienta negra, esencia de azahar y sal del Himalaya. Cuando llega la cuenta, lo único que quieres hacer es llamar al 112.
Pisar una boñiga
El centro de Sevilla tiene un marcado olor a azahar con reminiscencias a excrementos de caballo. Si te descuidas es probable que llegues a casa oliendo a eau de boñigau.
Subir al autobús y tener solo un billete de 20 euros
Primero te dicen «No tenemos cambio», y después te tienes que bajar triste y desolado, sintiéndote solo en mitad del desierto.
Los relaciones públicas
Que te ofrezcan una oferta está bien, pero cuando se acercan mil personas a ti ofreciéndote el mejor plan y algo «exclusivo», al final acabas desconfiando.
La Cartuja de noche
No lo decimos por los pasajes del terror de Isla Mágica, sino por los monumentos de la Expo’92 que si de día parecen lugares abandonados, de noche parecen el escenario de una película de terror de los noventa.
El verano
Hay gente que tiene miedo a los payasos, a las alturas e incluso a los dentistas, pero lo que de verdad aterra a un sevillano es pasar un verano en Sevilla. Y todavía nos da más pavor de pensar que no tenemos un apartamento en Chipiona y no tenemos aire acondicionado. Eso sí que es terror y no lo que escribe Stephen King.