Se cuenta siempre que, en Suiza, en 500 años de paz, amor y democracia, solo se inventó el reloj de cuco. Mientras que, por otro lado, para enumerar las creaciones del resto de Europa nos faltaría especio en este artículo. Al final, esta historia (apócrifa) solo evidencia o trata de evidenciar una cosa: el hambre agudiza el ingenio.
Algo así está ocurriendo en la situación actual de emergencia sanitaria. No son pocos los agentes sociales que, en su campo y en medida de sus posibilidades, están intentando aportar una forma de mitigar el impacto del virus.
Es el caso, por ejemplo, de Pepe López Prieto y su socio Miguel Sánchez Dalmau. Ambos han trabajado codo a codo en la creación del “abanicovid”, una barrera física para frenar el virus.
El artilugio, que también puede ser definido como una especie de mampara portátil, nace por una circunstancia clara: no es posible garantizar la distancia de seguridad en cualquier lugar. Algunos de esos lugares son teatros, cines, trenes o autobuses.
De esta forma, el “abanicovid” plantea una solución bastante lógica. Esta especie de abanico, con un eje, palancas de plástico transparentes y regulador de altura, dificulta la propagación del virus.
Foto: Abanicovid