Todos hemos escuchado alguna vez en nuestra vida la frase «eso es más viejo que Matusalén», pero pocas personas saben que Matusalén es un personaje bíblico que vivió la friolera de 969 años. Nosotros no sabemos qué clase de dieta seguía este señor para cumplir casi un milenio, pero de lo que sí tenemos constancia es que Sevilla tuvo su propio Matusalén y a diferencia del bíblico, este fue de carne y hueso.
Juan Ramírez Bustamante nació en el seno de una hidalga familia en 1556. Era una persona aventurera y decidida, que no dudó en llevar a cabo numerosos viajes al Nuevo Mundo. Se enfrentó a piratas y tempestades, formó parte de expediciones que descubrieron islas y archipiélagos en los desconocidos mares de Oriente. Incluso se dice que Juan llegó a dominar siete lenguas de indias. Sin embargo, nuestro políglota hombre se cansó de tanta aventura y se retiró en su ciudad natal, Sevilla, a los 40 años. Obtuvo el título de piloto mayor de la Carrera de Indias que le permitía disfrutar de seis meses en tierra por cada uno de navegación.
Se casó en repetidas ocasiones hasta llegar a tener 41 hijos legítimos y 10 más bastardos ilegítimos que Jon Nieve. A los 60 años decide abandonar el mar y se dedica en cuerpo y alma a la enseñanza de Matemáticas y Astronomía en la Universidad de Mareantes, ubicada en lo que hoy es la calle Betis.
Una vez que dejó la enseñanza, se dedicó a confeccionar dibujos topográficos y a la lectura de textos bíblicos y obras de los Santos Padres de la Iglesia. A raíz de estas lecturas estudió la carrera de sacerdote y la acabó… ¡con 99 años!
Al día siguiente de su ordenación visitó al Arzobispo de Sevilla y solicitó destino. Su ilustrísima lo consideraba muy viejo y aunque lo vio con mucha ilusión no cedió a sus deseos. Aún así, Juan Ramírez fue obstinado y escribió una carta al rey don Felipe IV. El monarca alucinó con la edad del anciano y su brillante curriculum, así que no dudó en obligar al arzobispo a que complaciera las peticiones de Juan.
Al fin, Juan Ramírez ganó la batalla al arzobispo y le pidió como destino la parroquia de San Lorenzo, un lugar que tenía fama de atender a los feligreses más complicados de la ciudad como curtidores, prostitutas y pícaros. El arzobispo dio por hecho que el pobre anciano no pasaría ni un invierno en San Lorenzo. No obstante, Juan Ramírez se rió en la cara del arzobispo, ya que ejerció como sacerdote en la parroquia 22 años.
Murió a los 122 años en 1678 y de la forma más tonta posible: cuando cruzaba la calle de las Palmas por una pasarela, uno de los peldaños cedió por su corpulencia (era de huesos anchos) y cayó de tal forma que se desnucó.
Los restos de nuestro Matusalén sevillano reposan en la Capilla Sacramental de la iglesia de San Lorenzo.